Sí, es cierto. Toda parodia
es insuficiente. El anuncio de la Lotería de Navidad de este año es un horror,
pero hay que reconocer que como campaña publicitaria está siendo todo un éxito.
Tras el shock inicial, a todo el mundo le ha dado por ponerse nostálgico y
acordarse del “calvo de la lotería”, cuando el pobre hombre finalizó su
contrato en 2006. ¿Acaso alguien recuerda el anuncio de la Lotería de Navidad
de 2007? ¿Y de 2009? ¿Y el spot del año pasado? Pocos, verdad. Pues creedme si
os digo que esas caras acartonadas, esos ojos que parecen salirse de sus
cuencas, esas sobredosis de bótox, esa plaza de Pedraza (qué pena, con lo
bonita qué es) convertida en la exaltación suprema del amor, la amistad y la
ñoñería navideñas, ese Raphael colocando una bombilla… no vamos a olvidarlos
nunca, nunca jamás. Las generaciones posteriores nos preguntarán por el anuncio
de la Lotería de Navidad de 2013 y todos sabremos responder perfectamente cuál
era. Así que un aplauso muy fuerte para los creativos que han perpetrado
semejante despropósito. Les ha salido la jugada redonda.
Con la llegada de diciembre,
es inevitable no hablar de estas fechas tan señaladas, así que yo, que
últimamente no ando dotada de demasiada originalidad, no voy a ser una excepción.
Mi entrada de hoy se centrará en lo que he decidido denominar “Verdades
universales de la Navidad”, que, a mi modesto entender, son las siguientes:
- La Lotería de Navidad hace más por tu salud que comer verdura y dejar
de fumar.
Esta afirmación es real como
la vida misma. Llevas desde noviembre recopilando décimos y participaciones
para el sorteo de Navidad procedentes de muy diversos lugares. Del trabajo, de
la asociación de vecinos de tu barrio, de la asociación de vecinos del barrio
de tus padres, de la asociación de vecinos del barrio de tus suegros, de la
Manolita, del AMPA del colegio de tus hijos, del AMPA del colegio de tus
sobrinos, del AMPA del colegio de tu barrio al que van los hijos de uno de los
miembros de la asociación de vecinos, que como es muy perspicaz y tiene unas
dotes comerciales sobresalientes, te ha colado dos papeletas en lugar de una…
Realizas esta labor con alegría y esperanza, con el firme convencimiento de que
esta vez serás tú la que salga en televisión con un gorrito de Papá Noel,
mostrando a cámara el décimo premiado mientras descorchas una botella de cava.
Llega por fin el ansiado día y te pasas toda la mañana escuchando la letanía de
los niños de San Ildefonso. “¡El Gordo, ha salido el Gordo!”, chillas cuando
uno de los chavales se traba y cambia, por fin, el tono de voz. Vas corriendo a
comprobar tus números y…descubres que no tienes ni la terminación. “Bueno,
todavía quedan premios”, piensas. “¡El segundo, ha salido el segundo!”, “¡El
cuarto, ahora el cuarto!”, “¡¡¡El tercero, a ver si tengo suerte con el
tercero!!!, y así sucesivamente hasta que finaliza el sorteo. Entonces
enciendes impasible la televisión y fijas tu atención en esa muchacha que pega
saltos mientras enseña sonriente su número al reportero de turno. “Por lo
menos, yo voy a tener salud”, afirmas sin poder esconder cierto resquemor.
Porque sí, es un hecho. Si no te toca la Lotería navideña tu cuerpo se recubre
de un aura luminiscente muy al estilo “anuncio de Actimel” que te inmuniza de
cualquier tipo de enfermedad para todo el año. Así que sonríes y te dispones a
cometer todo tipo de excesos observando de reojo a la de los saltos, que, ajena
a la desgracia que se cernirá sobre ella (pobre), continúa pegando voces con el
décimo en la mano.
- En Navidad, si no ves a todos, absolutamente a
todos tus amigos, familiares y conocidos, éstos sufren una horrible
transformación de la que no se recuperan jamás.
Por eso es necesario, casi vital,
quedar con todo el mundo durante las fiestas navideñas. No sea que por tu
pereza o por tu tendencia innata a juntarte en pequeñas dosis con los de tu
propia especie a tu mejor amiga le crezca un tercer pie o tu compañero de trabajo
se convierta en elefante africano.
Es por ello que el mes de
diciembre no es más que una sucesión sin fin de comidas, cenas y aperitivos con
los amigos de la Universidad, los del colegio, los del instituto, los
compañeros de tu primer trabajo, los del segundo, los primos por parte de
madre, los tíos por parte de padre, los del curso de chino mandarín, las madres
del colegio de los niños, etc, etc. Una ingesta masiva de comida que, si bien,
evitará las mutaciones anteriormente mencionadas, no impedirá que una de ellas
sí que se produzca. Esa que te hará tener que comprar pantalones de una talla
más.
- Todo aquel que pisa el centro de Madrid en Navidad
recibe un regalo sorpresa.
Esta verdad universal es la
que explica por qué el centro de Madrid se colapsa durante las fiestas
navideñas. La gente acude en masa a la Plaza Mayor y a las calles aledañas a la
Puerta del Sol, movida por la emoción de recibir un regalo sorpresa. Puede ser
dinero en efectivo, un viaje a Disneyland París o un apartamento en Benidorm.
También hay otra teoría y está relacionada con una posible fumigación masiva anual que la Comunidad de Madrid lleva a cabo en todos los hogares a excepción de los
situados en el centro de la capital. Para no ahogarse ni respirar estos vapores
nocivos, los ciudadanos se lanzan como locos al único sitio donde pueden estar
a salvo durante unas horas, repitiendo año tras año el mismo ritual.
- En Navidad, los seres humanos despedimos un olor
nauseabundo.
Así que la mayor parte de
los canales de televisión con los que contamos emiten una y otra vez mensajes
publicitarios sobre colonias y perfumes para hombres, mujeres y niños. Un
antídoto infalible para acabar con ese repugnante olor que todos emanamos nada
más poner un pie en el mes de diciembre.
- El espíritu navideño consiste, entre otras cosas,
en compartir tu mesa con tus congéneres.
¿Acaso hay algo más bonito y
entrañable que compartir tus viandas con los demás? Por este motivo, muchos
ciudadanos deciden adornar las fachadas de sus hogares con múltiples luces
parpadeantes, a ver si tienen suerte y un avión se desvía de su ruta y les
aterriza en el balcón. Sólo de esta manera, pueden llenar su salón de jóvenes
británicos que viajaban a Ibiza a la despedida de soltero de uno de ellos o de
ancianitos suecos que regresaban a Estocolmo desde Málaga, convirtiendo su mesa
en un ameno crisol de culturas